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Lunes, 9:32 de la mañana.
Sala de juntas. Café, croissants, portátil enchufado a la pantalla grande.
El proveedor de IA entra sonriente: “Hoy os presentamos los resultados del piloto”.
Silencio expectante.
Algunos jefes de área se incorporan en la silla.
Abre el dashboard.
Gráficas en verde.
Curvas suaves: “Hemos conseguido una precisión del 89% en la predicción de demanda.”
El CEO asiente.
- El Director Financiero pregunta: ¿Y esto… cuánto supone en euros?
- Duda. Respuesta vaga: Bueno, eso habría que calcularlo… si se despliega a producción.
- El responsable de IT pregunta tímido: ¿Y esto cómo se integra con SAP?
- Habría que ver cómo lo tenéis montado…
- La directora de Operaciones se cruza de brazos. ¿Y qué pasa si el modelo falla? ¿Quién lo ajusta?
- La de Recursos Humanos interviene: Y… ¿alguien ha pensado en formar a la gente que va a usar esto?
Silencio.
El proveedor sonríe otra vez. Bueno, lo importante es que el modelo funciona.
Y es verdad: el modelo funciona.
Pero nadie tiene ni idea de qué hacer ahora.
Nadie ha definido cómo gobernar esa IA.
Nadie sabe quién manda.
Nadie ha trazado una hoja de ruta.
Nadie ha planteado cómo se escala.
Nadie ha preparado a la organización.
Y entonces ocurre lo inevitable: El piloto se guarda. La expectación se enfría. Nadie lo dice, pero todos lo piensan: “Otro experimento más.”
Se cierra la reunión.
Unai